Presente en París del 28 de mayo al 1º de junio, el lingüista y militante estadounidense Noam Chomsky pronunció varias conferencias ante salas colmadas, en particular en el teatro de la Mutualité, invitado por Le Monde diplomatique, y en el Collège de France. Tras sus exposiciones, los debates con el público dieron lugar a ricos intercambios sobre cuestiones de actualidad. He aquí algunos extractos.
Un participante se pregunta acerca de la ausencia del costado social en las actuales políticas económicas europeas. Chomsky le propone analizar la situación de manera diferente.
En los hechos, la política económica europea obedece a un proyecto social. Al igual que todos los proyectos sociales, el que adopta Europa está concebido para favorecer a ciertas personas en detrimento de otras. El propio Martin Wolf (1), un economista liberal, observó: este programa sirve a los bancos y perjudica a las poblaciones. Sin embargo, suscita preguntas en el plano puramente económico. Se saben muy pocas cosas de economía, pero al menos se conoce la lección de Keynes: cuando la demanda es escasa y cuando el sector privado no invierte, el único medio para estimular el crecimiento es el gasto público. Hay que reactivar la economía, aceptar un déficit temporal para volver a dar trabajo a la gente.
Es bueno para ellos, bueno para la economía y, al fin y al cabo, eso permite colmar el déficit inicial. Evidentemente, existe el riesgo de inflación. Ahora bien, a los banqueros no les gusta la inflación. Quieren reducirla al máximo. Incluso cuando es muy poca, como ocurre hoy. Incluso si implica frenar la economía y hacer sufrir a la población. Pero todo eso constituye un programa social. Para un país como Grecia, la otra solución consistiría en negarse a pagar su deuda. En otras partes se menciona la expresión “deuda odiosa” para significar que no tiene ninguna legitimidad, que no fue contraída por la población, que el dinero se le prestó a una pequeña camarilla, en favor de la gente más rica: los que no pagan sus impuestos.
Lógicamente, tendrían que ser ellos los que reembolsaran la deuda.Interrogado sobre la utilidad de la violencia en la lucha política, Chomsky responde analizando las motivaciones que subyacen en ese tipo de acción. Olvidemos un instante los principios y concentrémonos en la táctica. Tienen que elegir una táctica que tenga una chance de tener éxito, si no, todo lo que hagan será gesticular. Si buscan una táctica que permita llegar a un resultado, no deben aceptar el terreno de combate que prefiere el enemigo.
El poder estatal adora la violencia: tiene su monopolio. Poco importa el grado de violencia de los manifestantes, el Estado desplegará uno mayor. Esa es la razón por la que desde los años 60, cuando yo hablaba de militantismo a los estudiantes, les aconsejaba no llevar cascos en las manifestaciones. Por cierto, la policía es violenta, pero si llevan un casco, lo será más aún. Si llegaran con un fusil, ellos vendrían con un tanque, si ustedes vinieran con un tanque, ellos llegarían con un B52: es una batalla que forzosamente ustedes van a perder. Cada vez que tomen decisiones tácticas, tienen que hacerse la pregunta: “¿A quién intentamos ayudar?” ¿Pretenden tener la conciencia tranquila? ¿O es que intentan ayudar a la gente, hacer algo por ella? La respuesta conduce a elecciones tácticas diferentes. Supongamos que la cuestión sea la del boicot de la Universidad de Haifa (2). Con ese tipo de acción, le hacen un regalo a los extremistas.
De inmediato dirán, y con razón, que ustedes son unos perfectos hipócritas: “¿Por qué no boicotean la Sorbona, Harvard u Oxford? ¡Sus países están implicados en peores atrocidades! Entonces, ¿por qué boicotear la Universidad de Haifa?” Es pues un regalo que hacen a los extremistas, que podrán desacreditar el contenido ideológico del boicot. Puede permitir tener la conciencia tranquila a los que lo aplican, pero, finalmente, perjudica a los palestinos. Durante la guerra de Vietnam, me chocó que los vietnamitas no apreciaran acciones como la de los Weathermen (3). Se trataba de jóvenes simpáticos, los admiraba, me sentía cerca de ellos. Su manera de oponerse a la guerra consistía en salir a la calle y romper vidrieras. Los vietnamitas se oponían totalmente a esta clase de acciones. Querían sobrevivir: se burlaban de que a estudiantes estadounidenses les gustara ese tipo de cosas. Con bastante rapidez comprendieron que desfilar por las calles con pancartas para romper vidrieras fortalecía la causa de los que deseaban la guerra. Es lo que pasó. La táctica que privilegia la conciencia tranquila del que actúa puede perjudicar a las víctimas. Por el contrario, los vietnamitas admiraban las manifestaciones silenciosas de mujeres que se arrodillaban delante de las tumbas. Para ellos, era el tipo de cosas que debíamos hacer. Sucede lo mismo en la actualidad: si quieren ayudar a los palestinos, reflexionen sobre las consecuencias de la táctica que adopten.
A propósito de la debilidad de las movilizaciones populares en torno a un programa de izquierda, Chomsky menciona el movimiento radical de derecha “Tea Party” (4), en Estados Unidos.
Se tiende a ridiculizar el movimiento “Tea Party”. Y en ese tema muchas cosas son ridículas. Pero esa gente plantea cuestiones verdaderas. Contentarse con ironizar sobre eso no conduce a nada. De los líderes, puede ser: por ejemplo, burlarse de Sarah Palin. Pero la gente que fue atraída por el movimiento sufrió durante los treinta últimos años. No por fuerza comprenden el porqué. Si escuchan los programas de radio donde se expresan, en general escuchan esto: “Hice todo lo necesario. Soy un obrero blanco, un buen cristiano. Serví a mi país bajo la bandera. Hice todo lo que se esperaba de mí. ¿Por qué mi vida se viene abajo? ¿Por qué se transforma mi país? ¿Por qué dejan pisotear los valores que me son caros? ¿Y por qué no tengo trabajo cuando los banqueros colapsan bajo los dólares?” Son preocupaciones auténticas. Quizás estén mal formuladas, pero se justifican. Y no sirve de nada burlarse de ellas. Esa gente es precisamente a la que la izquierda debería organizar. Y no lo hace.
Un participante objeta a Chomsky que a menudo postule que existe una manera racional de analizar las políticas, mientras que no habría nada de racional en el comportamiento de Israel cuando multiplica las colonias, incluso en Jerusalén Este. Tampoco habría nada de racional cuando el gobierno estadounidense sostiene de facto una ocupación, que por otra parte condena verbalmente y que sólo puede perjudicar su relación con el mundo árabe.
El apoyo de Washington a Israel es bien racional. Data de 1967, cuando Estados Unidos tomó el relevo de Francia. En esa época un conflicto oponía dos fuerzas del mundo árabe: el fundamentalismo musulmán, sostenido por Estados Unidos, y el nacionalismo laico, considerado como el principal enemigo de las potencias occidentales. Es decir, Arabia Saudita contra Nasser. Ahora bien, Israel destruyó el nacionalismo laico, sostuvo y consolidó el fundamentalismo musulmán junto con Estados Unidos. Washington apoyó militarmente a Israel; el Estado hebreo se tornó más o menos sagrado, lo que no era el caso antes.
En 1970, otro importante regalo. Conforme a los deseos de Estados Unidos y de Israel, Jordania aplastó la resistencia palestina durante lo que se llamó el “Septiembre Negro”. Siria había hecho saber que podría intervenir para defender a los palestinos. Ahora bien, Estados Unidos estaba todavía atascado en el sudeste asiático. Apeló pues a Israel para pedirle que movilizara sus tropas para impedir que Siria interviniera del lado de los palestinos. Siria retrocedió. El reino Hachemita, aliado de Estados Unidos, se consolidó, así como Arabia Saudita. Entonces, la ayuda estadounidense a Israel se multiplicó por cuatro. Y todo siguió de la misma manera.
El marco estratégico estadounidense, llamado alianza periférica, se basa en dirigentes árabes y dictadores que controlan sus países y el petróleo. Tienen que protegerse de su propia población. Para lograrlo, Washington recurrió a una periferia de gendarmes, de preferencia no árabes, ya que [son] más competentes cuando se trata de matar a árabes. En primer lugar, la periferia estaba constituida por Irán, en ese entonces gobernada por el Sha, Turquía y Pakistán. A comienzos de los años 1970, Israel se unió a ese grupo, convirtiéndose así en miembro de la gendarmería. Nixon los llamaba “los polis en patrulla” (“cops on the beat”). Comisarios locales, una sede de la policía en Washington: he aquí la estructura que debía controlar la región.
En 1979, el sha fue derrocado; Irán estaba “perdido”. De nuevo aumentó el rol de Israel. En esa época, Israel prestaba varios servicios a través del mundo. El Congreso estadounidense impedía el apoyo directo de Washington a un terrorismo de Estado en el poder en Guatemala, en Sudáfrica y en otros lugares. Estados Unidos recurrió pues a una red de países amigos que comprendía Taiwán, Israel, Gran Bretaña (y probablemente Francia), para de alguna manera hacer el trabajo sucio.
En ese plan, Israel es muy eficaz. Sociedad industrial rica, dotada de técnicas vanguardistas, de una mano de obra muy calificada, el Estado hebreo atrae las inversiones de las empresas estadounidenses de alta tecnología. Algunas industrias militares israelíes estrecharon vínculos con Estados Unidos, donde transfirieron una parte de su logística; desde los años 1950, los servicios de información de ambos países trabajan en buena inteligencia. Para la industria militar estadounidense, Israel constituye un maná financiero: cuando Estados Unidos gasta miles de millones de dólares al año para ayudar a Tel Aviv, Lockheed Martin embolsa una parte. Y cuando Lockheed Martin vende aviones militares de última generación a Israel, Arabia Saudita replica diciendo: “también nosotros los queremos”. Entonces Lockheed Martin vende equipos de menor calidad a Arabia Saudita, la que no siempre sabe usarlos, pero que compra por toneladas. En resumen, doble beneficio.
¿Qué pueden ofrecerles los palestinos a Estados Unidos? Son débiles, están dispersados, no disponen de ningún recurso y de casi ningún apoyo en el mundo árabe.
Los derechos son proporcionales al poder. Israel es un país poderoso, lo que le confiere ventajas; por lo tanto, tiene derechos. Los palestinos son débiles, no tienen ningún aliado; por lo tanto, no tienen derechos. Apoyar a los poderosos así como su propio interés, revela una política perfectamente racional. Se puede objetar que el apoyo que aporta a Israel causa oposiciones, manifestaciones en los países árabes, pero eso nunca fue considerado como un problema. Contamos con las dictaduras para aplastar a las poblaciones, y les suministramos las armas para hacer realidad ese objetivo. Ustedes pueden alegar que no es la decisión correcta, pero no pueden decir que es irracional. Por otra parte, está en perfecta coherencia con las políticas que llevaron a cabo en Latinoamérica, en el Sudeste asiático y en otras partes del mundo. A veces no sale bien, la planificación imperialista no es perfecta.
En la actualidad, las cosas son un poco diferentes, no por Obama sino porque Israel giró muy a la derecha. Allí sopla un viento de paranoia, de ultranacionalismo, de histeria, etc., que contribuye a banalizar los actos destructores, irracionales. Ahora bien, hoy Estados Unidos tiene ejércitos in situ, en Irak y en Afganistán. La irracionalidad de las acciones israelíes los puso en peligro. El general David Petraeus acaba de alertar contra el riesgo que la intransigencia israelí hace pesar sobre las tropas estadounidenses. Y no puede excluirse un viraje de la política de Estados Unidos: es un país muy chovinista donde, cuando alguien se atreve a perjudicar a nuestros valientes soldados, hay bastante disposición a quitárselos de encima. Israel juega pues un juego muy peligroso.
1 Editorialista del Financial Times.
2 La cuestión de la eventual utilidad de una protesta contra la política de Israel en los territorios ocupados a través de un boicot en la Universidad de Haifa, acusada de discriminar a los estudiantes palestinos, acababa de ser mencionada durante el intercambio con el público.
3 Organización de estudiantes para una “nueva izquierda”, fundada en 1969 en ocasión de la guerra de Vietnam.
4 TEA por Taxed Enough Already: “ya basta de impuestos”.
Noam Chomsky.